
El oficio artesanal de la tonelería proviene de una larga tradición que viaja en barco desde Europa hacia América. La confección de toneles es un verdadero arte que constituye el testimonio de centurias de experiencia y dedicación de maestros toneleros; bien decimos maestros toneleros, ya que el desarrollo de este saber-hacer ha estado fundamentalmente en manos de varones.
En el Valle del Itata, localizado en la zona centro sur de Chile, se desarrolla este oficio en el contexto de una añosa tradición vitivinícola. Se estima su inicio en el territorio a comienzos del siglo XIX, momento en el cual se construyen grandes bodegas como espacios de almacenamiento de barriles y barricas de roble, de distintos tamaños. Esta situación dice relación con la apertura de procesos de exportación de vinos hacia hispanoamérica. Desde aquel entonces, podemos calcular la manifestación de al menos cinco generaciones de toneleros.
Se trata de un oficio traspasado de maestro a aprendiz. El proceso de aprendizaje es empírico, se aprende haciendo, y requiere que el discípulo manifieste genuino interés y dedicación en ello. Entre las premisas fundamentales que debe integrar el iniciado, está la idea de que la tonelería es un trabajo fino, de precisión, que requiere tomarse el tiempo para ser detallista en la labor. El elemento que diferencia a esta artesanía de otras, derivadas o emparentadas con la carpintería, es que el contenido para el cual se construye el tonel es líquido. Requiere, en este sentido, la adquisición de nociones matemáticas de cálculo y geometría, para lo cual se diseñan instrumentos que colaboran en ello, como el compás, la plana o la llave. Exige, además, un acabado conocimiento sobre maderas.
En la actualidad, tanto el rubro de la vitivinicultura tradicional como la tonelería han declinado, quedando en evidencia el serio riesgo de lograr sostenerse en el tiempo, debido, de manera significativa, a la agresiva expansión forestal que ha desplazado y prácticamente desactivado la producción de viñas y vinos desarrolladas en la zona por siglos. La actividad que aún sobrevive en el sector se debe a la porfía de sus habitantes, quienes se resisten abandonar aquello que saben hacer y les da sentido, tanto al territorio como a sus propias vidas. En la mayoría de los casos, los toneleros que se mantienen en estas comunidades han reconvertido su oficio o simplemente se dedican a otras labores.

El oficio artesanal de la tonelería proviene de una larga tradición que viaja en barco desde Europa hacia América. La confección de toneles es un verdadero arte que constituye el testimonio de centurias de experiencia y dedicación de maestros toneleros; bien decimos maestros toneleros, ya que el desarrollo de este saber-hacer ha estado fundamentalmente en manos de varones.
En el Valle del Itata, localizado en la zona centro sur de Chile, se desarrolla este oficio en el contexto de una añosa tradición vitivinícola. Se estima su inicio en el territorio a comienzos del siglo XIX, momento en el cual se construyen grandes bodegas como espacios de almacenamiento de barriles y barricas de roble, de distintos tamaños. Esta situación dice relación con la apertura de procesos de exportación de vinos hacia hispanoamérica. Desde aquel entonces, podemos calcular la manifestación de al menos cinco generaciones de toneleros.
Se trata de un oficio traspasado de maestro a aprendiz. El proceso de aprendizaje es empírico, se aprende haciendo, y requiere que el discípulo manifieste genuino interés y dedicación en ello. Entre las premisas fundamentales que debe integrar el iniciado, está la idea de que la tonelería es un trabajo fino, de precisión, que requiere tomarse el tiempo para ser detallista en la labor. El elemento que diferencia a esta artesanía de otras, derivadas o emparentadas con la carpintería, es que el contenido para el cual se construye el tonel es líquido. Requiere, en este sentido, la adquisición de nociones matemáticas de cálculo y geometría, para lo cual se diseñan instrumentos que colaboran en ello, como el compás, la plana o la llave. Exige, además, un acabado conocimiento sobre maderas.
En la actualidad, tanto el rubro de la vitivinicultura tradicional como la tonelería han declinado, quedando en evidencia el serio riesgo de lograr sostenerse en el tiempo, debido, de manera significativa, a la agresiva expansión forestal que ha desplazado y prácticamente desactivado la producción de viñas y vinos desarrolladas en la zona por siglos. La actividad que aún sobrevive en el sector se debe a la porfía de sus habitantes, quienes se resisten abandonar aquello que saben hacer y les da sentido, tanto al territorio como a sus propias vidas. En la mayoría de los casos, los toneleros que se mantienen en estas comunidades han reconvertido su oficio o simplemente se dedican a otras labores.
