La cestería o tejido en fibras vegetales es un oficio que ha acompañado la existencia humana desde hace más de 10.000 años, y se inscribe como una de las manifestaciones artesanales más antiguas aún que la cerámica y la textilería. A partir de un profundo conocimiento y diálogo con el mundo vegetal, y de la aplicación de una variedad de técnicas de trenzado y entramado de distintas hebras, hombres y mujeres han logrado crear y traspasar en el tiempo una infinidad de objetos con formas, texturas y colores heterogéneos, dando vida a manifestaciones creativas que sintonizan con experiencias históricas y estéticas ancladas a sus lugares de origen
En Chile, los vestigios arqueológicos de tejidos vegetales más antiguos se encuentran en el norte, específicamente en el litoral de Arica, y están vinculados con la cultura Chinchorro (5.000 a 3.000 A.C) (Aninat, 2015). De allí en adelante, su presencia ha sido constante en la cultura material de los pueblos originarios y posteriormente de comunidades campesinas y urbanas, sobreviviendo y adecuándose a las vertiginosas transformaciones ocurridas en los últimos siglos, graficadas en la reorganización de las lógicas socioecológicas y en la recomposición geopolítica de sus territorios.
En las regiones de Ñuble y Biobío, las tradiciones cesteras se cobijan desde hace siglos en localidades como Roblería, Ninhue, Liucura, Hualqui y Huentelolén, algunas de ellas con una marcada tradición ancestral mapuche y otras con un arraigo más cercano a los pueblos y ciudades. Las diversidad de fibras utilizadas, como la ñocha, el mimbre, el coirón, la pita, el chupón y la paja de trigo, así como la expertiz del trenzado y/o tejido en cada pieza, nos hablan de maestras/os especialistas con un acabado conocimiento en relación con el lugar donde crece y se reproduce cada especie, así como con los ecosistemas y sus ciclos, guiando desde allí las labores de recolección y manejo para la confección de cada pieza, además de su conservación en el tiempo.
En estas experiencias, la conexión vital entre dichas fibras naturales, en tanto materias vivas, y las/os expertas/os cesteras/os, posibilita la creación de lenguajes sensibles que rememoran vínculos primigenios entre seres humanos y plantas, gestándose un saber/hacer que engalana a cada maestra/o con un conocimiento único que propicia la coexistencia recíproca y respetuosa.
La cestería o tejido en fibras vegetales es un oficio que ha acompañado la existencia humana desde hace más de 10.000 años, y se inscribe como una de las manifestaciones artesanales más antiguas aún que la cerámica y la textilería. A partir de un profundo conocimiento y diálogo con el mundo vegetal, y de la aplicación de una variedad de técnicas de trenzado y entramado de distintas hebras, hombres y mujeres han logrado crear y traspasar en el tiempo una infinidad de objetos con formas, texturas y colores heterogéneos, dando vida a manifestaciones creativas que sintonizan con experiencias históricas y estéticas ancladas a sus lugares de origen
En Chile, los vestigios arqueológicos de tejidos vegetales más antiguos se encuentran en el norte, específicamente en el litoral de Arica, y están vinculados con la cultura Chinchorro (5.000 a 3.000 A.C) (Aninat, 2015). De allí en adelante, su presencia ha sido constante en la cultura material de los pueblos originarios y posteriormente de comunidades campesinas y urbanas, sobreviviendo y adecuándose a las vertiginosas transformaciones ocurridas en los últimos siglos, graficadas en la reorganización de las lógicas socioecológicas y en la recomposición geopolítica de sus territorios.
En las regiones de Ñuble y Biobío, las tradiciones cesteras se cobijan desde hace siglos en localidades como Roblería, Ninhue, Liucura, Hualqui y Huentelolén, algunas de ellas con una marcada tradición ancestral mapuche y otras con un arraigo más cercano a los pueblos y ciudades. Las diversidad de fibras utilizadas, como la ñocha, el mimbre, el coirón, la pita, el chupón y la paja de trigo, así como la expertiz del trenzado y/o tejido en cada pieza, nos hablan de maestras/os especialistas con un acabado conocimiento en relación con el lugar donde crece y se reproduce cada especie, así como con los ecosistemas y sus ciclos, guiando desde allí las labores de recolección y manejo para la confección de cada pieza, además de su conservación en el tiempo.
En estas experiencias, la conexión vital entre dichas fibras naturales, en tanto materias vivas, y las/os expertas/os cesteras/os, posibilita la creación de lenguajes sensibles que rememoran vínculos primigenios entre seres humanos y plantas, gestándose un saber/hacer que engalana a cada maestra/o con un conocimiento único que propicia la coexistencia recíproca y respetuosa.