
La especialización en la salvaguarda de las semillas es un oficio que en Chile suele recibir el nombre de “Curatoría de Semillas”; práctica ancestral que implica acompañar a la naturaleza en la reproducción del ciclo de la vida en las huertas. Se trata de un quehacer milenario desarrollado por las comunidades humanas, junto al inicio de los procesos de domesticación de especies vegetales, que, en América del Sur, en torno a la cordillera de los Andes, se inaugura al menos hace 4.000 años.
Históricamente, ha sido un oficio cultivado principalmente por mujeres e involucra un saber-hacer asociado a la crianza en diálogo con la naturaleza. Es por ello que adquiere el nombre de curatoría de semillas, pues alude al arte de la crianza, comprendida en dos direcciones: crianza desde los seres humanos hacia la naturaleza y viceversa, es decir, no sólo quien cultiva cría a la naturaleza, sino que a su vez es criado por ella.
Desde una experiencia práctica y cotidiana, guiada por madres, abuelas y tías, este saber se va integrando durante la infancia, traduciendo el lenguaje de las fuerzas vivas presentes en la huerta. La curadora de semillas comprende en profundidad la estrecha e interdependiente relación entre el mundo natural y el mundo humano, y de esta forma el ciclo estacional va marcando un ritmo en la vida y en el oficio. El ciclo lunar, por ejemplo, establece cuáles son los momentos adecuados para la siembra, la poda, la cosecha, y el levantamiento y guardado de semillas, entre otras labores claves en este arte. A su vez, los tipos de vientos que visitan la huerta, la cercanía o lejanía de las vertientes, las modificaciones en su curso y los animales que acompañan, son fenómenos leídos y reinterpretados que colaboran en la continuidad de este ciclo.
El vínculo tejido entre huertera/curadora y sus semillas es íntimo y amoroso, genera vida y belleza, y contiene claves que permiten la protección del hogar y la salud de la familia.
Tradicionalmente, uno de los mecanismos que ha permitido el sostenimiento y mejoramiento de cada semilla, ha sido su circulación. Antiguamente, entre familias de distintas localidades, previo a las épocas de siembra, se visitaban e intercambiaban semillas para poder refrescarlas y de esta forma revitalizarlas. En los últimos años, el intercambio de semillas ha adquirido una connotación de encuentro concertado entre curadoras y huerteras, para conseguir hacer frente a la gran amenaza corporativa que experimentan.
En la actualidad, el oficio adquiere una noción ética y política de compromiso con la estabilidad y sostenimiento de los ecosistemas, que, como ya sabemos, se encuentran amenazados por la expansión de la Revolución Verde y el monocultivo, asociados a paquetes químicos que han degradado a gran velocidad los suelos, las aguas y el aire; factores que indudablemente han jugado un papel amplificador en la grave crisis climática por la que atraviesa nuestro planeta. La noble persistencia de estas guardianas constituye un referente y un camino a seguir, para lograr sostener esta práctica ancestral como un patrimonio de los pueblos y comunidades, que posibilitan nuestra existencia en el tiempo.

La especialización en la salvaguarda de las semillas es un oficio que en Chile suele recibir el nombre de “Curatoría de Semillas”; práctica ancestral que implica acompañar a la naturaleza en la reproducción del ciclo de la vida en las huertas. Se trata de un quehacer milenario desarrollado por las comunidades humanas, junto al inicio de los procesos de domesticación de especies vegetales, que, en América del Sur, en torno a la cordillera de los Andes, se inaugura al menos hace 4.000 años.
Históricamente, ha sido un oficio cultivado principalmente por mujeres e involucra un saber-hacer asociado a la crianza en diálogo con la naturaleza. Es por ello que adquiere el nombre de curatoría de semillas, pues alude al arte de la crianza, comprendida en dos direcciones: crianza desde los seres humanos hacia la naturaleza y viceversa, es decir, no sólo quien cultiva cría a la naturaleza, sino que a su vez es criado por ella.
Desde una experiencia práctica y cotidiana, guiada por madres, abuelas y tías, este saber se va integrando durante la infancia, traduciendo el lenguaje de las fuerzas vivas presentes en la huerta. La curadora de semillas comprende en profundidad la estrecha e interdependiente relación entre el mundo natural y el mundo humano, y de esta forma el ciclo estacional va marcando un ritmo en la vida y en el oficio. El ciclo lunar, por ejemplo, establece cuáles son los momentos adecuados para la siembra, la poda, la cosecha, y el levantamiento y guardado de semillas, entre otras labores claves en este arte. A su vez, los tipos de vientos que visitan la huerta, la cercanía o lejanía de las vertientes, las modificaciones en su curso y los animales que acompañan, son fenómenos leídos y reinterpretados que colaboran en la continuidad de este ciclo.
El vínculo tejido entre huertera/curadora y sus semillas es íntimo y amoroso, genera vida y belleza, y contiene claves que permiten la protección del hogar y la salud de la familia.
Tradicionalmente, uno de los mecanismos que ha permitido el sostenimiento y mejoramiento de cada semilla, ha sido su circulación. Antiguamente, entre familias de distintas localidades, previo a las épocas de siembra, se visitaban e intercambiaban semillas para poder refrescarlas y de esta forma revitalizarlas. En los últimos años, el intercambio de semillas ha adquirido una connotación de encuentro concertado entre curadoras y huerteras, para conseguir hacer frente a la gran amenaza corporativa que experimentan.
En la actualidad, el oficio adquiere una noción ética y política de compromiso con la estabilidad y sostenimiento de los ecosistemas, que, como ya sabemos, se encuentran amenazados por la expansión de la Revolución Verde y el monocultivo, asociados a paquetes químicos que han degradado a gran velocidad los suelos, las aguas y el aire; factores que indudablemente han jugado un papel amplificador en la grave crisis climática por la que atraviesa nuestro planeta. La noble persistencia de estas guardianas constituye un referente y un camino a seguir, para lograr sostener esta práctica ancestral como un patrimonio de los pueblos y comunidades, que posibilitan nuestra existencia en el tiempo.
