“En greda, para las cosechas, para las trillas ponte tú, todos en platos de greda comiendo. Y no era por una cosa de alguien darse el gusto, sino que no había otra cosa, había que hacer tus propios platos para poder atender a la gente, porque en una trilla menos de 50 personas no habían, entre niños chicos y grandes, caso no habrían más”.
(María Cristina Ulloa, alfarera de Quebrada de las Ulloa, 2017)
Es bien sabido que el despertar del oficio de la alfarería, aquel que transforma el barro en piezas de distinto uso y sentido mediante su cocción, acompaña a la humanidad desde su tránsito hacia el sedentarismo y el surgimiento de la agricultura. En este proceso alquímico de creación, acuden las fuerzas elementales tierra, agua, viento y fuego, convocadas por sus cultoras/es en un rito cotidiano y milenario a la vez. Para Ximena Valdés (1993, 42) “la alfarería es un lenguaje que expresa la vida material y distintas visiones de mundo, formas de concebir la vida y la muerte. Las primeras estatuillas de barro se asocian por su forma a símbolos de fertilidad”.
La tradición alfarera en el centro-sur de Chile es de larga data y cuenta con una herencia precolombina que aún es visible en las manifestaciones actuales del oficio. En esta se reconocen, por ejemplo, las importantes influencias provenientes de las congregaciones jesuitas, dispersadas por territorios como el Valle del Itata, en la Región de Ñuble, y representadas en objetos destinados a usos alimentarios, rituales y ceremoniales, además de la tejas, tinajas para guardar granos y vino, y vajillería. Figuran también objetos -y conjuntos de estos- zoomorfos y antropomorfos.
Ciertamente, el diálogo cultural del linaje indígena y las influencias hispánicas, sintetizado en cada pieza, da cuenta de su raíz sincrética y mestiza, manifestada en lo que hoy conocemos como “alfarería campesina”. El oficio alfarero, apegado a la forma tradicional de modelado a mano, dice relación con la predominancia ancestral de mujeres que sostienen y heredan este conocimiento generación tras generación, albergando una memoria milenaria en formas y técnicas similares a las impresas en los ceramios que actualmente son reeditados por sus sucesoras. Este saber-hacer constituye un arte que dialoga estrechamente y se entreteje con el mundo natural, en el cual la aproximación sensible y sensitiva a olores, sabores y colores de las materias primas, se vuelve un componente tan relevante al momento de descifrar las claves del oficio, como el escuchar a la naturaleza y sus ritmos cíclicos. Bajo esta fórmula, las herramientas empleadas son simples, creadas a partir de trozos de madera, cueros, piedras, cucharas, agujas, clavos, entre otros, todos ellos elementos cotidianos que forman parte de los hogares y entornos de sus cultoras.
Desde una mirada general, es posible reconocer como hitos fundamentales del ciclo productivo alfarero la identificación y recolección de la greda; el molido e hidratación o mojado; el modelado o la formación; el teñido o la aplicación del engobe, y más tarde, el pulimiento o bruñido, seguido del secado, para finalmente llegar a la cocción.
El mapa de territorios en los que se expresa el desarrollo cerámico vivo, es decir, como centros alfareros con cultoras/es que aún manifiestan el oficio, relevan a Pomaire, Pilén y Quinchamalí como los centros artesanales de mayor resonancia en la zona centro sur de Chile, de los cuales, los dos últimos conservan la forma tradicional de ejecutar el oficio. Menos difundidos son las comunidades alfareras de Quebrada de las Ulloa, y Rere.
La Galería de Imágenes de esta Despensa presenta una ventana de cuatro de estos centros ceramistas, destacando allí fotografías de algunas maestras loceras y sus contextos de creación, además de algunas piezas seleccionadas para su registro junto a cada una de estas sabedoras. Pilén, localizado a 17 km. de Cauquenes, en la Región del Maule; Quinchamalí, distante a 30 km. al suroeste de la ciudad de Chillán, Región de Ñuble; Quebrada de las Ulloa, emplazada en la comuna de Florida, y Rere, a 20 kilómetros de la ciudad de Yumbel, en la Región de Biobío, son parte constitutiva de los paisajes culturales desde donde estas lozas han sido creadas y recreadas hasta el día de hoy, dando cuenta de su enorme valor patrimonial, y reflejando las complejidades histórico-culturales que han posibilitado su expresión actual.
“En greda, para las cosechas, para las trillas ponte tú, todos en platos de greda comiendo. Y no era por una cosa de alguien darse el gusto, sino que no había otra cosa, había que hacer tus propios platos para poder atender a la gente, porque en una trilla menos de 50 personas no habían, entre niños chicos y grandes, caso no habrían más”.
(María Cristina Ulloa, alfarera de Quebrada de las Ulloa, 2017)
Es bien sabido que el despertar del oficio de la alfarería, aquel que transforma el barro en piezas de distinto uso y sentido mediante su cocción, acompaña a la humanidad desde su tránsito hacia el sedentarismo y el surgimiento de la agricultura. En este proceso alquímico de creación, acuden las fuerzas elementales tierra, agua, viento y fuego, convocadas por sus cultoras/es en un rito cotidiano y milenario a la vez. Para Ximena Valdés (1993, 42) “la alfarería es un lenguaje que expresa la vida material y distintas visiones de mundo, formas de concebir la vida y la muerte. Las primeras estatuillas de barro se asocian por su forma a símbolos de fertilidad”.
La tradición alfarera en el centro-sur de Chile es de larga data y cuenta con una herencia precolombina que aún es visible en las manifestaciones actuales del oficio. En esta se reconocen, por ejemplo, las importantes influencias provenientes de las congregaciones jesuitas, dispersadas por territorios como el Valle del Itata, en la Región de Ñuble, y representadas en objetos destinados a usos alimentarios, rituales y ceremoniales, además de la tejas, tinajas para guardar granos y vino, y vajillería. Figuran también objetos -y conjuntos de estos- zoomorfos y antropomorfos.
Ciertamente, el diálogo cultural del linaje indígena y las influencias hispánicas, sintetizado en cada pieza, da cuenta de su raíz sincrética y mestiza, manifestada en lo que hoy conocemos como “alfarería campesina”. El oficio alfarero, apegado a la forma tradicional de modelado a mano, dice relación con la predominancia ancestral de mujeres que sostienen y heredan este conocimiento generación tras generación, albergando una memoria milenaria en formas y técnicas similares a las impresas en los ceramios que actualmente son reeditados por sus sucesoras. Este saber-hacer constituye un arte que dialoga estrechamente y se entreteje con el mundo natural, en el cual la aproximación sensible y sensitiva a olores, sabores y colores de las materias primas, se vuelve un componente tan relevante al momento de descifrar las claves del oficio, como el escuchar a la naturaleza y sus ritmos cíclicos. Bajo esta fórmula, las herramientas empleadas son simples, creadas a partir de trozos de madera, cueros, piedras, cucharas, agujas, clavos, entre otros, todos ellos elementos cotidianos que forman parte de los hogares y entornos de sus cultoras.
Desde una mirada general, es posible reconocer como hitos fundamentales del ciclo productivo alfarero la identificación y recolección de la greda; el molido e hidratación o mojado; el modelado o la formación; el teñido o la aplicación del engobe, y más tarde, el pulimiento o bruñido, seguido del secado, para finalmente llegar a la cocción.
El mapa de territorios en los que se expresa el desarrollo cerámico vivo, es decir, como centros alfareros con cultoras/es que aún manifiestan el oficio, relevan a Pomaire, Pilén y Quinchamalí como los centros artesanales de mayor resonancia en la zona centro sur de Chile, de los cuales, los dos últimos conservan la forma tradicional de ejecutar el oficio. Menos difundidos son las comunidades alfareras de Quebrada de las Ulloa, y Rere.
La Galería de Imágenes de esta Despensa presenta una ventana de cuatro de estos centros ceramistas, destacando allí fotografías de algunas maestras loceras y sus contextos de creación, además de algunas piezas seleccionadas para su registro junto a cada una de estas sabedoras. Pilén, localizado a 17 km. de Cauquenes, en la Región del Maule; Quinchamalí, distante a 30 km. al suroeste de la ciudad de Chillán, Región de Ñuble; Quebrada de las Ulloa, emplazada en la comuna de Florida, y Rere, a 20 kilómetros de la ciudad de Yumbel, en la Región de Biobío, son parte constitutiva de los paisajes culturales desde donde estas lozas han sido creadas y recreadas hasta el día de hoy, dando cuenta de su enorme valor patrimonial, y reflejando las complejidades histórico-culturales que han posibilitado su expresión actual.